El
ejemplo más común de acción psíquica sobre el cuerpo y que puede observarse
siempre en cualquier individuo, lo muestra la llamada”expresión de las
emociones”. Casi todos los estados de ánimo de una persona, se exteriorizan por
tensiones y relajamientos en la musculatura de la cara, en los cambios
vasculares de la piel, en la tonalidad de la voz, en los movimientos de sus
piernas o de sus manos, en las alteraciones de su actividad cardiaca. Bien son
conocidas por todos que bajo la influencia del miedo, de la ira, del dolor, del
placer sexual, etc., se producen expresiones somáticas: aumento de la secreción
salivar, taquicardias, nerviosismo, rubor facial, ganas de miccionar o defecar.
Los
estados afectivos de naturaleza penosa, como suele decirse, depresiva, como la
congoja, las preocupaciones, las aflicciones, reducen la ganas de comer, de
hacer ejercicio, de disfrutar de las actividades cotidianas y aumentan el
número de contagios a virus y bacterias.
Ciertos
estados patológicos en la persona observamos que pueden ser profundamente
influidos, empeorando los mismo ante un susto imprevisto o una repentina
aflicción. Y lo contrario, una noticia favorable ha podido influir
positivamente sobre una enfermedad crónica o aun la hayan curado por completo.
De
manera contraria, bajo la influencia de excitaciones placenteras, de la
felicidad, el organismo florece y la persona recupera algunas manifestaciones
de la juventud.
Todos
los afectos, en el sentido estricto, se hayan muy vinculados con los procesos
corporales pero en realidad, hasta los procesos “intelectuales” que también
pueden considerarse como modos afectivos, tienen la capacidad de alterar
procesos corporales.
Cuando
la voluntad y la atención están centrados en un órgano, en un dolor, este llega
a acentuarse e incluso a intensificarse. Al igual entonces, que los dolores
pueden provocarse o exacerbarse dirigiendo la atención sobre ellos, también
pueden apartarse al retirar la atención sobre los mismos.
Destacamos el interés que nos produce el estado anímico
de la “expectación”, donde una serie de fuerzan psíquicas se ponen en juego
para determinar la provocación y la curación de afecciones corporales. La “expectación
ansiosa” puede influir en la aparición de una enfermedad. Por el contrario la
“expectación esperanzanda” es capaz de producir “curas milagrosas”. De hecho,
ciertas intervenciones terapeúticas, curan más por la fe del enfermo que por la
intervención científica.
No
podemos quitarle importancia a estas curas milagrosas. Ocurren efectivamente y
siempre han ocurrido. Para explicar estas curaciones milagrosas, podemos
recurrir también a los poderes de los estados de ánimo. El poder de la fé
religiosa es un reforzamiento para el estado de ánimo. La fe piadosa, cuando es
reforzada por una multitud, puede hacer sentir al alma humana una exaltación
que produce el milagro sobre la enfermedad.
De
hecho, ante situaciones clínicas que la ciencia no puede resolver, el hombre es
capaz de buscar soluciones en todo aquello que le pueda ofrecer una esperanza.
Esta expectación de curación puede producir el efecto buscado de la sanación en
aquello que despertó la fe y la confianza en el enfermo.
Así
mismo podemos ver que hay profesionales que despiertan mayor confianza en el
enfermo y el propio paciente ya percibe un alivio cuando ve al especialista
entrar en la sala o conversar en su consulta. ( CONTINUARÁ )
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