Vivimos en una cultura capitalista,
lo que significa que todo aquello con valor, se transforma en dinero. La salud
mental también es un negocio, como ciertas enfermedades crónicas que pudiéndose
curar, se las hace crónicas para que haya un consumo crónico de medicamentos.
Vivimos en una sociedad tal que la salud se ha convertido en especulación. Se
inventan enfermedades mentales (la última es diagnosticar a los niños como
hiperactivos o el síndrome de falta de atención) que requieren nuevos usos de
medicamentos. La depresión es un trastorno del estado de ánimo cuya causa es
psíquica, independientemente de la química del cerebro, donde la persona, ha
perdido toda esperanza de felicidad porque no tiene los mecanismos necesarios
ni los instrumentos psíquicos precisos para abordar su vida. El trastorno
obsesivo compulsivo, al igual que el síndrome de hiperactividad infantil, es
consecuencia de una mala elaboración del desarrollo sexual infantil y como se
desconoce el funcionamiento de la sexualidad en los procesos de las
enfermedades mentales, la tendencia es a cronificar un estado de ánimo porque
no se conocen las leyes inconscientes de los deseos sexuales infantiles
reprimidos y que tanta influencia ejercen en la vida del adulto. La sexualidad
reprimida, sigue siendo la causa de 9 de cada 10 problemas mentales, por no
decir que 10 de cada 10, reservándome alguno de causa orgánica en cuya
etiología siempre encontramos algún factor de causa sexual. El hombre, la
mujer, padecen de una moral frente a su sexualidad que los hace reprimirla.
Dicha sexualidad guarda relación con aspectos perversos de la misma cuyo
conocimiento produce mas displacer que placer. La represión de dichos deseos,
junto a una moral que censura los mismos, acaba provocando un debate moral que
agota y produce síntomas en la persona. Como las personas prefieren callar su
sexualidad a psicoanalizarla, es decir, hablarla, comprenderla, se hacen
medicar pensando que un medicamento acallará sus deseos sexuales. Cosa más
incierta. Un medicamento no deja de ser más que un tapón que impide la
manifestación de deseos, pero aunque se repriman, siguen activos y por muchos
que se les trate de taponar, ellos saben como manifestarse. Hay un capitalismo
agresivo imperante sobre la salud mental, que se aprovecha de la moral sexual
de las personas. Tomar la pastilla puede ser más fácil que hablar pero las
consecuencias vitales son totalmente distintas. No hablar acaba produciendo
importantes deterioros en la vida de la persona. La pastilla, es para no
pensar. Y no pensar evita que las personas se vuelvan subversivas, porque una
persona con problemas mentales, jamás protesta, acepta todo porque tiene miedo
y el miedo es lo que usan las dictaduras modernas encubiertas para dominar a
las personas.
Esta es la causa por la cual, el
psicoanálisis no es bien visto por los estados modernos: el psicoanálisis
enseña a pensar, a manejar los procesos psíquicos inconscientes, por lo tanto,
produce seguridad en la persona y anula los miedos y una persona sin miedo,
habla, opina. Y esto, no interesa.
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