El acto final del maltrato, el golpe, la palabra agresora es el resultado de lo que en psicoanálisis denominamos construcción. Un maltrato, así como una separación, un divorcio, una vida feliz, también es una construcción de nosotros mismos.
El maltrato tiene un comienzo, un desarrollo y un final. No comienza nunca por el final, es decir, una suma de acontecimientos desde un inicio, pasando por un desarrollo, termina produciéndose el maltrato final.
Hombres y mujeres, mujeres y hombres que padecen trastornos en la personalidad, terminan construyendo el maltrato por diferentes causas inconscientes.
¿Quiere decir que toda pareja que acaba en maltrato padece de algún tipo de trastorno o algún tipo de neurosis? La respuesta es afirmativa. Se van cediendo en las palabras y se termina cediendo en los actos.
El maltrato tiene un claro origen en el llamado sentimiento de posesión del otro. Con asidua frecuencia, observamos en las parejas que ejercen el maltrato, que tiene una marcada tendencia al aislamiento y a la soledad. La causa mayormente suelen ser las conductas celosas en el hombre o en la mujer. Pero lo interesante es ver cómo ante el ejercicio de los celos, las parejas se aíslan para evitar la aparición de los mismos. Grave error, porque en vez de acudir a un especialista para tratar los celos, el aislamiento es la confirmación y así mismo un pacto de silencio sobre el llamado sentimiento de posesión. Una mujer que abandona sus relaciones para que su pareja no experimente celos, es colaboradora de la neurosis del hombre. Así mismo, todo hombre que ante los celos de una mujer, se aísla del mundo para ella no sienta celos, están colaborando a que ella siga siendo celosa pero en silencio. Este hecho, ya es el comienzo de hacer sentir al otro que es de su propiedad. El hecho de aislarse de los otros, hace que la pareja ejerza el derecho de propiedad sobre el otro.
Los celos, si no se tratan, no desaparecen y cuanto más se reprimen, mas afloran a la conciencia.
Pasemos ahora del aislamiento al primer gesto agresivo. Una discusión, un insulto, un empujón y un primer golpe. Arrepentimientos, perdón y promesas de no volver a suceder, pero sucede. Ocurre que ahora, la violencia se acrecentó, los insultos fueron mayores y quizás el golpe fue mayor. En esta fase, donde ya se comienza a desarrollar un acto de violencia, ¿porqué no se detiene? ¿Porque él o ella no corta, interrumpe, o busca ayuda? La respuesta posiblemente es que no lo necesitan y ellos pueden resolver su crisis o bien uno quiere hacer terapia pero el otro no quiere. ¿Por qué entonces, antes una situación donde uno de los dos se resiste a solucionarlo, la pareja continua? Aquí ya, se ha desarrollado una pareja con componentes sádicos y masoquistas. Uno agrede, el otro acepta. ¿Hasta cuando? Hasta un límite de tolerancia, porque una pareja, cuando pasa por un juzgado o por la consulta de un especialista, ya tienen un historial de haber construido en el tiempo una situación de maltratos. Tanto de él hacia ella como de ella hacia él. Siempre es algo mutuo y de no serlo, el que cede ante el insulto o ante la agresión, cede por algún motivo inconsciente que debe ser analizado. Las respuestas son variadas: porque le quiero, porque no quiero separarme, porque me da miedo. Pero ¿y si detrás de todas estas respuestas hubieran sentimientos inconscientes de culpabilidad, de arrepentimiento, debido a conflictos morales que lleva a construir dentro de la pareja un verdugo y una victima?
No es fácil admitir que es uno mismo, quien con el silencio, con la cesión, con la permisión contribuye a la creación de un maltrato. Lo cierto es que ciertos complejos psicológicos inconscientes, determinan nuestros actos y para agredir, siempre tiene que haber alguien que se deja y bien para dejarse agredir, siempre hay que tener a la otra parte que agreda. La psicología del maltrato, nos muestra que tanto los maltratadores, como los maltratados, padecen de una inmadurez sexual y emocional que determina la construcción y desarrollo del maltrato (continuará)
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