Existe la fórmula del amor perfecto. Para ello, se necesita que las dos partes implicadas en la ecuación asuman sus diferencias y para ello, la tolerancia es lo que iguala dicha ecuación. La pareja siempre son como mínimo dos más los fantasmas que acompañan a los mismos. Los fantasmas afectivos tanto del hombre como de la mujer guardan relación con las figuras familiares, incógnita que nunca logra despejarse en la fórmula del amor y a su vez, es la clave que facilita que dicha fórmula adquiera su maestría y su precisión. Un psicoanalista, cuando recibe a una pareja que tiene crisis, lo primero que estudia es la relación de espejo que ambos tienen entre sí. La mujer encuentra su imagen en el hombre y viceversa, de manera que las recriminaciones, también tienen que ver con lo que uno se recrimina a sí mismo pero que proyecta en el otro. A parte de esto, ambos proyectan sobre sí y sobre el otro, la relación vivida inconscientemente con las figuras parentales. Mujeres que mantienen con su pareja la misma relación que tuvieron con sus padres. Hombres que mantienen con la mujer la misma relación que con su madre y hermana. Estos y muchos otros fantasmas son los que separan a un hombre y a una mujer en las relaciones de pareja. El psicoanálisis goza de una precisión y de una exactitud a la hora de diagnosticar qué es lo que hay entre ellos que tanto los separa, que una vez que una pareja comienza a psicoanalizarse, hay garantía absoluta de que nunca más serán los que fueron, ya que somos imágenes proyectadas de imágenes que nuestros padres proyectaron sobre nosotros y vivimos una vida que por norma general no es la nuestra, sino una imitación de la que nuestros padres vivieron, aunque sea con sutiles diferencias. Un hombre, una mujer que no pueden ser otros, es porque son víctimas de sus relaciones familiares inconscientes.
lunes, 13 de septiembre de 2010
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